martes, 14 de febrero de 2017

Hugo, el niño que soplaba





[...] Pero, al otro lado de la casa, miles, millones, infinitas estrellas en forma de pompa, comenzaron a caer del cielo.
Cada una de esas pompas representaba deseos que en algún momento se habían pedido a las estrellas y que aún no se habían cumplido.
[...] Como una lluvia de bolas transparentes y centelleantes, las pompas acariciaban los hocicos de los tres cerditos y volvían a rebotar hacia el aire cálido de la noche.
Y allí permanecieron un buen rato, participando de aquel juego mágico, hasta que, de pronto, una de aquellas pompas descendió muy grande y redonda, mucho más grande y redonda que el resto y también mucho más brillante.
Y, a medida que descendía, los cerditos vieron algo más. Unas orejas de oso enmarcaban la preciosa cara de un niño. Los cerditos se pusieron de puntillas sobre las pezuñas traseras, impacientes por ver de cerca la gran pompa. Y, de pronto, cuando hubo alcanzado su altura, acercaron su hocico para olisquear al precioso bebé-oso y escucharon un sonoro ¡Pop! [...]

Hugo, el niño que soplaba
Blanca I. López Tejada